viernes, 4 de abril de 2008

Lupo Hernández Rueda

Poemas de Lupo Hernández Rueda

DEFINICION DEL ARBOL

I

Es natural que el árbol abandone su cuerpo.
Mariposa de tránsito, venturoso existir
de la hebra pura,
el árbol que yo canto es una débil llama,
un alma vegetal que se elabora apenas.

Herida por el goce la savia, donde habita,
desnuda la corriente de su madera toda
para que un mar posible de sombras la sitúe.

El árbol sabe entonces,
que la raíz de aire de sus ramas
asciende, sostenida en atinada claridad de sombras,
de otra raíz oculta.


II

Canto el árbol a solas
en la sangre,
el árbol que se escapa
por la herida del cuerpo.

Canto el árbol azul de la ignorancia
que me recorre entero,
árbol de sombras sólo,
de oscuridad exacta.

Canto para cantarme,
para cantar el árbol en que habito,
la dulce morada solitaria del cuerpo que me tiene.

Canto porque deseo,
porque quiero vivir, amar,
andar libre,
sin peso por el árbol.


III

Cuando ama el árbol se deshace, huye,
proclama su levedad de hojas,
publicación de verdes regalados o canción diluída,
deleite de su rama carnal,
de su escondrijo de azuladas raíces en espera.

Cuando ama el árbol se diluye
en alegre corriente de la madera dulce.
Cuando ama el árbol del amor...

Hueco de soledad que te pronuncia a solas,
quizás, el árbol del amor duerme en olvido,
en apretada soledad más pura.
Porque el oro de mi risa no basta para llenar su límite,
se abre como un sol para ofrecerse entero cuando ama,
el árbol del amor.


IV

Hay almas que no mueren en las hojas del canto
aunque no encuentren otra manera posible de escapar,
aunque no exista otro refugio,
apetecido vaso, ardido recipiente,
olorosa unidad de carne viva que ocupe su lugar,
su desmedido espacio, porque una muerte existe
en cada hoja vacía de substancia,
y una huidiza llama.

Hay almas que se pudren en las hojas del cuerpo
por su origen oscuro,
porque después, pudiendo libertarse,
darse a todos, sin interés ni esfuerzo,
asumen la condición de pájaros comunes.

Hay almas que se nutren a la sombra de todos
con los apetecidos metales de la sangre,
de cuantos, humanamente sanos, confiados,
se acercan a su espacio para entregarse solos
a su gran apetencia.


V

Es posible que el árbol sepa entonces
que atado definitivamente al mar de soledad que habita
carece de toda libertad
para decir las cosas que humanamente vive repitiendo.

Es posible, oh Dios, crecer cada domingo en
desmedido arroyo de alabanzas.

Es posible, oh vida, que el árbol de la sangre se derrame
y el universo todo de mi isla sea pequeño para su inacabado límite.

Es posible, oh sangre, que dolorosas hebras
formulen una noche más honda que la nuestra.
Pero también, oh libertad, es posible
que el árbol conmovido, tomando agudas fuerzas,
-no sé de dónde-, acierte en una furia libertada
y con ello motive su justo crecimiento.


VI

Porque las raíces de los árboles todos
pululan en lo oscuro,
en el vientre crecido de la tierra.
Porque una lluvia de hombres se traduce
en finísimo polvo,
la tierra estará llena de raíces amargas,
de inacabados ríos de lágrimas.

La alegría de los frutos,
la rosa regalada,
la humedad de los huertos,
la fiesta de oro de los días alegres
ignoran la raíz, su propiedad de abeja,
porque la raíz es un árbol de sombras,
es un árbol de sombra rodeado de oscuro.

Pero todas las humanas raíces se aúnan
en un río de trabajo
en la noche completa del árbol.
Y la madre de todas, las amorosas madres
esperan una muerte, una ola de savia en fruto consumada,
su semejante amando, que respire unidad
en un río subterráneo interminablemente largo,
como una noche más en la noche de todos.



Como Naciendo Aún

A Luis Morales Peña

Como naciendo aún, sin descanso, contínuo,
interminable,
como un río sin bordes,
cae, se precipita, rueda
cada día dejando su negrura como polvo
en mi piel.
¡Oh, la desesperante levedad de mi cuerpo,
mi llama temporal, ni oleaje de polvo!
¡Oh, tiempo, ven, ocúpame, recórreme
por dentro, acógeme en tu océano sucesivo,
porque voy por tu herida deshaciéndome,
formándome de nuevo,
dehaciéndome,
hasta que por mí quedes,
definitivamente solo!


PEQUEÑO MUNDO MAGICO

Con el dios de mil tallos de sus hebras
formando cien anillos,
formando laberinto que cubre tus orejas
y rodea tu garganta, y cae
sobre tu espalda, suavemente;
y va rodando
múltiple, innumerable
sobre el incendio de tu cuello
el pelo tuyo,
pequeño mundo mágico
donde me pierdo, encendido.



CUANDO LLEGAN LOS MUERTOS

A Virgilio Díaz Grullón


Cuando llegan los muertos
y han llovido sobre ellos muchas lágrimas,
cuando sobre sus rostros, alguna vez hermosos,
se pasea la noche,
y la hierba crece como sus cabellos;
cuando llegan innumerables
y establecen su asiento bajo el pasto viviente,
bajo las catedrales
y los árboles,
sus cuerpos endurecidos crecen
en la inmovilidad,
en el umbral de la memoria
como un beso,
como una moribunda llama.
Sólo la sombra de sus vidas queda
sobre la tierra,
y el deseo
y el sueño de los vivos,
y el Tiempo que ni muere ni padece,
y la sedienta Muerte
como de una cuerda
tirando de nosotros.



POR EL VIRAJE BRUSCOY POR EL LEVE


A Manuel Rueda


Era la soledad,
la soledad sin habla y sin pupila.
De allí fueron las aguas,
de allí tomó la vida su elemento primero.
Lo inicial,
lo oscuro sin medida
asequible a todo lo viviente,
en su estar mudable y numeroso
procuraba una forma
No había lugar al árbol de la llama
ni al odio, ni al amor;
el cielo era sombra libre,
sombra espesa la tierra sin contornos.


II

Tal apresuramiento, tal alcance de premura
por el viraje brusco y por el leve,
en la seguridad de aquel encantamiento,
de aquella dulce alegría del nacer.
(Crecer es ir despacio haciéndose
una medida del vivir)
¿Dónde, oh, dónde estábamos,
qué hacíamos entonces,
qué milagroso sueño nos daba resistencia,
o qué piadosa muerte desatada?
Es preciso recurrir al corazón,
es preciso recurrir al amor para justificarnos.
(Vivir es tanto como andar sobre la tierra
aparentando una figura).
En vano, ay, en vano todo, amor,
en vano tu sueño generoso
y tu dulce madero consumido:
la noche espesa
y la libre
y la ambulante noche nuestra,
así como la inevitable noche de la muerte,
con brusquedad, ya dulce,
suavemente turbaron la sensación del vuelo.
Hemos quedado sin origen,
ungidos en eterna, generosa ignorancia.
Hemos quedado reducidos al corazón.


III

Fluye la noche,
fluye su persistente material,
su oro escondido,
su raiz.
Ligeramente, imperceptible casi,
cuando la agotadora sed del corazón
prefiere las tinieblas,
el fiel olvido en la llamada
de los labios que se fueron.
Bienaventurados aquellos
que pueden andar serenamente,
porque hay alegrías donde los caminantes
se hunden para siempre.
Hay un hermoso mar,
un claro cielo que justifica este existir
y un deseo precipitado en el oscuro espacio
que le tiene al reino solitario del cuerpo sometido,
y una insistente noche
y una muerte como un árbol,
porque este aire pesa
y esta piel
y estas uñas
y estos dientes
y esta lengua pesa
y este pelo dormido largamente,
y este andar,
ay, este andar así, a oscuras.


De "Círculo y otros poemas, Antología poética de Lupo Hernández Rueda", edición y prólogo de José Alejandro Peña)


© Lupo Hernández Rueda

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